De la Democracia y Otros Amores
- Elsa
- 1 jul 2018
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 3 jun 2020

Photo by Arnaud Jaegers on Unsplash
Más allá de las pasiones de las elecciones en las que los ciudadanos del común nos acordamos del
sistema político en el que se organiza nuestra sociedad, la democracia, sí tengo que decir que yo creo en ella. Es cierto, que no conozco en carne propia otro modelo de organización, siempre he vivido en democracia, con diferentes grados e intensidades, ya que en Colombia y en México, la democracia está aún inacabada, pero finalmente en democracia. Desde mis primeros acercamientos juveniles al interés por lo público y la política, me he sentido libre de expresar mi opinión, claro desde la comodidad de las tertulias familiares y con amigos, sin salir del micro mundo que me rodea. Siento que a mi edad hay muchos conceptos que di por sentados, y que ahora interrogó, incluso sospecho, la democracia no es uno de ellos.
Por el contrario a mi sentir, veo cada vez más noticias, y oigo opiniones de analistas que sostienen que en diferentes sociedades, en disímiles latitudes, la democracia está en crisis. Parecería que la gente a veces opta por escoger líderes que le den soluciones a sus angustias más inmediatas, a costa de perder algunas de las libertades que nos brinda la vida en democracia. Incluso si el resultado presente es convincente, hasta podrían pensar en ceder el derecho de evaluar la gestión de sus líderes en cada término, para premiarlos o castigarlos con su voto. La cuestión del tiempo es importante, porque en la mayoría de proyectos mesiánicos, los líderes prometen cambios sustantivos para el período estipulado de su mandato, pero sobre la marcha rectifican acordándose que la consolidación de sus soluciones requieren períodos adicionales. Parecería que el tiempo en la gestión de lo público avanza a otra velocidad.
La posibilidad de evaluar y rectificar nuestras propias decisiones en cada ciclo, es tal vez lo que más me gusta de la democracia. A veces pienso que los ciclos en democracia se parecen a los amores juveniles, nos enamoran en cada campaña, y hacen que las emociones estén a flor de piel, y durante el gobierno el entusiasmo inicial baja la intensidad, dando paso a un amor más consolidado o a una ruptura inminente, pero sobre todo se asemeja a los primeros amores porque no está presente la idea de un compromiso eterno, sino que es pasajero.
Confieso que en materia de elecciones casi nunca he acompañado al ganador, y me toca vivir el drama de un gobierno indeseado, como un matrimonio arreglado por otros, en el que a uno le toca compartir el lecho con un extraño despreciado, suspirando por el amor que no fue, y sufriendo el duelo del anhelo roto, en la desesperanza de lo que pudo ser y no será; un sentimiento más agudo en la medida que más cerca se estuvo de la victoria. Aunque también, me parece que en ese símil que hago del matrimonio arreglado, la sabiduría popular mayoritaria en las elecciones, al pasar del tiempo, me han dado sorpresas inesperadas, ya que a veces resulta que los consortes no son tan desagradables como lo temido.
A puertas de otras elecciones con el presagio estadístico en mi contra, volveré a las urnas, esperando pasar otro período con una consorte indeseado, en resignación y calma, pero atenta de sus errores, a lo que sale mal, para poner el dedo en la yaga, a cada partidario suyo que me tope. Y volveré anhelar los tiempos del enamoramiento, las nuevas elecciones en donde resurge una nueva ilusión, creyendo en la democracia nuevamente, con la esperanza en que en la próxima, la victoria será para mi candidat@.
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